En los recovecos de la conversación cotidiana existe una figura que se desliza con la gracia de un equilibrista: el cuñado. No, no hablamos del familiar por afinidad que comparte cenas navideñas y anécdotas familiares. Este cuñado es un espécimen más amplio, un arquetipo social que trasciende los lazos sanguíneos.
Ser un cuñado no es una cuestión de parentesco, sino de actitud. Es aquel individuo que, sin importar el tema, siempre tiene una opinión. No una opinión cualquiera, sino la verdad absoluta. Ya sea sobre política, fútbol, cocina molecular o la última serie de Netflix, el cuñado está ahí, dispuesto a compartir su sabiduría sin que nadie la haya solicitado.
El cuñado, ese ser que no necesita investigar ni reflexionar, porque ya lo sabe todo. Su sapiencia no se basa en datos o análisis profundos, sino en la certeza inquebrantable de su propia voz. Y así, con la misma soltura con la que se sirve una caña, se erige como el oráculo de la vida moderna.
En los pasillos del Congreso, donde las palabras se entrecruzan como hilos de un tapiz, emerge una figura singular: el cuñado de Patxi López, ese hombre de verbo afilado y mirada desafiante. Su actitud no es solo política; es visceral, como el aroma a café recién molido en una tasca de Lavapiés. Y es precisamente en ese cruce entre la tribuna y la taberna donde su figura cobra vida.
El cuñado de Patxi López no necesita investigar ni reflexionar, porque ya lo sabe todo. Su sapiencia no se basa en datos o análisis profundos, sino en la certeza inquebrantable de su propia voz. Y así, con la misma soltura con la que uno se va de pintxos por las Siete Calles de Bilbao, se acoda en el atril como si en lugar de estar en el Congreso estuviera en la barra de un bar.
Pero hay otro matiz, una sombra que se proyecta sobre Patxi. Ser cuñado de Melchor Gil también es un vínculo de sangre, un lazo que se estira entre la política y la corrupción. Melchor, según informa El Debate, fue socio de un enlace en la trama del ‘caso Koldo’. Hasta que la red se sintió vigilada, su papel fue crucial en los tejemanejes de contratos y favores. Y así, mientras Patxi López alzaba la voz en el Congreso, su cuñado tejía hilos más turbios en las sombras.
“El PSOE tiene tolerancia cero con la corrupción”, dice Patxi sobre un partido con una historia de corrupción tan extensa como la Gran Vía de La Manga. Solo alguien como el cuñado de Patxi puede tener el cuajo de erigir como los paladines de la integridad a los que han estado jugando al “Monopoly” con los fondos públicos durante décadas. ¿Recuerdan el Caso Filesa, el Caso Roldán o el EREs de Andalucía? Ah, sí, esos pequeños detalles que adornan el currículum socialista.
Así que, querido Patxi, cuando digas que el PSOE tiene tolerancia cero con la corrupción, recuerda que los ciudadanos no somos tan crédulos. Tu frase suena a chiste malo, como esos que cuentan los cuñados en las bodas.
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